Son las dos y media de la tarde. Acabo de comerme una
beef cacerole que no estaba nada mal en la cafetería del Schuman Building, en la universidad. Ahora estoy haciendo tiempo hasta que llegue mi siguiente clase, a las tres. Me siento en una silla cualquiera en una clase vacía. Tengo el estómago algo pesado, aunque me he tomado un (inevitable) café "regular" -en todos los sentidos- para ayudar a la digestión y espantar a la modorra. Se oyen ruidos de puertas que se abren y se cierran, y de vez en cuando pasan las piernas de algún alumno por el pasillo. Jugueteo con el móvil, y me acuerdo de que tengo que mandar un mensaje para intentar organizar una partida de mus para este miércoles. En la ventana hay una araña del tamaño de una moneda de euro que se columpia arriba y abajo. Se oyen también motores de coche un poco más lejos, y risas y voces al otro lado del pasillo. Tengo a mis pies la mochila llena de papeles y libros, y en la silla de al lado el (espantoso) radiocassette azul para hacer una audición en clase. Miro el reloj -o sea, el móvil- y veo que ya son menos diez. Voy al baño a llenar la botella de agua (si no, se me seca la garganta) y a mear (si no, luego me arrepiento). Después cruzo el pasillo, me calzo la mejor de mis sonrisas y entro en clase, donde ya me espera -aproximadamente- la mitad de mis alumnos. Hola, hola, qué tal, cómo va todo.
2 comentarios:
santi, con estos tranchettes que nos arreas se siente uno hasta un poco impúdico.. aunque siempre serán mejor que las rebanadas de casquería fina que nos regala el gremio del cuore. qué coño, danos tú también un poco de páncreas!
Y eso que este "tranchete" en concreto no es especialmente impúdico... Mira, podía haber descrito el momento en que me he puesto a prepararme un hígado encebollado, con toda la sangre chorreándome por los dedos... Eso sería más "zolesco" y más gore, ¿verdad?
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