lunes, 5 de mayo de 2008

Everybody is (not) nice

En Irlanda (no) todo el mundo es majo. Durante el fin de semana largo que Nerea y su familia han estado aquí, casi todo ha salido bien -los hoteles, la comida, incluso el tiempo nos ha respetado-, pero al ir a volver de Dublín a Limerick tuvimos la mala suerte de toparnos con uno de los especímenes más estúpidos de irlandés que deben de existir en toda la isla.

La situación fue así: al ir a Dublín desde Limerick cogimos billete de ida y vuelta, 20€. El conductor del autobús debió de confundirse, y nos dio un billete para Kildare (la parada anterior a Dublín), que por cierto también cuesta 20€ ida y vuelta. Nosotros no lo revisamos -igual debimos hacerlo, pero sinceramente, yo no suelo leer los billetes de autobús, ¿vosotros?-, así que nos fuimos hasta Dublín con un billete que era para Kildare.

Bueno, pues cuando fuimos a coger el billete de vuelta, nos empezamos a subir -creo que la madre de Nerea iba la primera-, y el conductor se queda mirando al billete. Se levanta las gafas y nos mira. "Este billete no vale, no os puedo dejar subir". Nosotros, que no sabíamos todavía lo del error, nos quedamos a cuadros. "¿Pero por qué?" "Porque este billete es para Kildare, no para Dublín". Yo le explico que no puede ser, que el día anterior habíamos venido desde Limerick a Dublín con ese billete, que debe ser un error. Pero él que nada, que no podíamos viajar en ese autobús. Incluso llegado un momento le enseña nuestros billetes al viajero de la primera fila, como si fuéramos unos mentirosos y necesitara testigos. Todo esto a las 16.20, y el autobús salía a y media. Y todo ello con una actitud chulesca y prepotente, como si fuéramos unos caraduras que intentan ahorrarse unos euros (repito otra vez: el precio del billete a Dublín y a Kildare es exactamente el mismo, 20€).

A partir de aquí, un esperpento: vamos a la taquilla, hacemos pacientemente una pequeña cola y le explicamos la situación al chico de la taquilla. Él mira los billetes, mira el precio, y nos dice que no puede darnos otro billete, porque como el precio es el mismo no nos puede dar una extensión o algo así. Que vayamos al autobús y se lo digamos al conductor. Vamos al autobús, se lo decimos al conductor estúpido, y nada, que no, que no podemos subir porque el billete no está firmado o sellado por el de la taquilla. Vuelta a la taquilla, otra cola, sello, firma, y vuelta al autobús. Y ahora sí, ya nos deja subir, pero nos toca sentarnos en la última fila, porque claro, con tanta chorrada somos casi los últimos en subirnos al autobús (son las 16.27).

Vamos a aceptar que el conductor puede tener razón al principio, al decir que no tenemos un billete válido, y que teníamos que ir a la taquilla para cambiarlo. Pero es que incluso en ese caso, su suspicacia es absurda: nosotros no ganábamos nada "engañándole" con un billete a Kildare, y era obvio que el error no era nuestro. Además, con un sistema como el irlandés, donde no hay números de asiento, ni reservas de billetes, y el autobús se llena cuando se llena, da absolutamente igual que el billete esté sellado por la taquilla o por el Papa: total, una vez en el autobús no lo mira nadie, y después del viaje nos lo llevamos nosotros a casa... Pero sobre todo lo peor era su actitud, la menos amigable y colaboradora que se puede imaginar. Daba la impresión de que él habría preferido que nos quedásemos en tierra, sólo por joder. Me recordaba a estos policías o guardias de seguridad a los que la porra se les ha subido a la cabeza y se creen con derecho a tratarte como si fueras un delincuente por defecto -una vez más, pienso en los aeropuertos y sus sistemas de seguridad-.

En fin, va a ser verdad que el poder, por pequeño que sea, corrompe a las personas. Incluso el poder de decidir quién se sube o no a un autobús.

1 comentario:

Góngora dijo...

Acabo de leer lo que has puesto y, aunque no dejo de caer en mi asombro, sí que te comprendo. He pasado por situaciones parecidas. Ahora mismo recuerdo una, en Montevideo, hace ya cuatro años, en que por una pizza que pedías en un restaurante te daban otra de regalo. Pedí la dichosa oferta, me comí la primera pizza y cuando llega la segunda, y yo estaba un poco lleno, decido compartirla con mi familia. A todo eso, llega la camarera, enfurecida, y me dice: "La pizza es sólo para que se la coma usted, no los demás". Todos la quedamos mirando, asombrados, y sin dar crédito a lo que estábamos oyendo. ¿Qué más daba quién se comiera la pizza, si la habíamos pagado todos? ¿Por comerla yo solo ellos obtenían alguna ganancia? En fin, ver para creer.