Hace poco, por casualidad, me he encontrado con otro ejemplo anecdótico pero revelador. Resulta que Chuck Lorre, productor de, entre otras, The Big Bang Theory o Dos hombres y medio, tiene la costumbre de introducir, al final de cada capítulo de estas series, unos pantallazos (que sólo puede verse durante unos segundos, así que para leerlos hay que congelar la imagen, o acudir a su página web) que denomina Vanity Cards, en los que habla de lo que le viene en gana: de su vida, su trabajo, el mundo...
Bueno, pues seis de esas "tarjetas vanidosas" han sido censuradas por la cadena CBS (la 171, 178, 198, 217, 236 y 251) por considerarlas insultantes, de mal gusto, o por atacar a la propia cadena. Las más divertidas son la 251 y la 198, que contaban cómo los productores habían censurado también una escena de la serie: en el primer caso, por hacer un chiste sobre los hábitos alimenticios de los coreanos ("si quieres librarte de su gato, úntalo con salsa de soja y déjalo en Koreatown"), y en el segundo por insinuar (sic) que los sacerdotes católicos pueden cometer abusos sexuales contra niños. Las objeciones de los productores de la cadena (que amenazaron con cortar toda la escena si no se modificaba el guión) desaparecieron cuando se pasó de "Padre Horrigan" a "capellán Horrigan", que al parecer, como no se refiere ya únicamente a los católicos sino a cualquier confesión cristiana, no puede ofender a nadie.
Esto me recuerda lamentablemente la ley de blasfemia recientemente redactada en Irlanda -por lo que yo sé, todavía no ha sido ratificada definitivamente-, que dice que comete un delito quien emita o publique "material gravemente abusivo en relación con temas considerados sagrados por cualquier religión, provocando indignación entre un número sustancial de los seguidores de dicha religión". De manera que la causa del delito es que los creyentes se indignen. El truco es indignarse, protestar y quemar librerías: entonces te tomarán en serio y harán leyes a medida para proteger tu sensibilidad.
Termino con un chiste que cuenta el propio Chuck Lorre (Vanity Card 171, censurada), en respuesta a las muchas cartas de protesta que recibe a causa de los contenidos "indignantes" de sus series:
Un cazador va al bosque a cazar. Cuando está en medio de la espesura, nota que alguien le da un toque en el hombro, y cuando se da la vuelta se encuentra con un oso enorme, que se le tira encima y lo sodomiza brutalmente. Dolido y dolorido, el cazador vuelve a su casa y promete vengarse. Así que la próxima vez se arma con su mejor escopeta, y vuelve a introducirse en el bosque. Pero una vez más el oso lo sorprende, le quita el arma y abusa de él lujuriosamente. A la semana siguiente va al bosque con una ametralladora, pero todo es inútil: el oso lo encuentra, lo desarma y se lo folla. Humillado y clamando venganza, el cazador vuela a un país del Tercer Mundo y se hace con una cabeza nuclear individual con seguimiento térmico, y vuelve a meterse en el bosque, confiado en derrotar al oso esta vez. Pero todo es inútil: el oso lo atrapa, lo desarma y lo viola una vez más. Antes de irse, el oso se gira hacia el hombre y le dice: "En realidad, tú aquí no vienes a cazar, ¿no?"
1 comentario:
Entre la avalancha de "derechos a cosas" que lleva viniéndosenos encima un par de décadas, ocupa un lugar de honor el "derecho a que mi sensibilidad no se sienta herida". Éste es un derecho bien extraño, sobre todo por lo difícil de su verificación. Es sencillo verificar si a alguien se le está privando del derecho a la vida: basta un espejo sostenido sobre la boca. Pero ¿cómo verificamos si se está hiriendo la sensibilidad de alguien? Está bien, supongamos que somos ortodoxos conductistas y entendemos que 1. "amenazar de muerte" o 2. "quemar pilas de libros" = "sensibilidad herida".
Lo que no entiendo muy bien es cómo se sigue de aquí la obligación de reparar la ofensa. O, mejor, cómo parece hacerlo sólo en unos casos, y no en otros. Ciertos jovenzuelos alemanes se sentían muy heridos en su sensibilidad cuando descubrían que Husserl y Einstein eran de origen judío: ¿cómo podríamos negarles, admitido el principio de reparación obligada, la satisfacción de quemar todas sus obras en la vía pública? ¿Tal vez porque el violento espectáculo de las llamas podría herir la sensibilidad de alguna vecina? Siendo rigurosos con este "derecho", no nos quedaría otra que quemar el planeta entero, porque dudo de que exista una sola cosa que no hiera la sensibilidad de alguien.
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