La leyenda del golem es posiblemente una de las más atractivas para los escritores, porque habla precisamente del poder creador -y destructor- de la palabra. Dice la leyenda, relacionada con la cábala, que es posible para los hombres verdaderamente sabios y santos crear un ser a partir del barro, y darle vida escribiendo en su frente la palabra hebrea Emet (אמת, "verdad"); para destruirlo, basta con borrar el primer símbolo de la palabra -el primero empezando por la derecha, claro-, ya que Met (מת) significa "muerto".
La leyenda entró en la cultura y la literatura occidentales a través principalmente de la novela El Gólem, de Gustav Meyrink, publicada originalmente en 1915. La novela es todo un viaje psicotrópico al ghetto judío de Praga: el personaje protagonista, Athanasius Pernath, sueña, enferma, alucina, se relaciona con sus vecinos, desea a una muchacha, sufre (o no) pérdidas de memoria, inventa (o no)... todo ello bajo la influencia de un gólem que sólo se entrevé, pero que se hace notar a lo largo de toda la obra. En fin, algo así como una versión extendida de los sueños de Raskolnikov, mezclada con El Proceso de Kafka.
Estas son sus primeras, y muy sugerentes, frases:
La luz de la luna cae a los pies de mi cama y se queda allí como una piedra grande, lisa y blanca. Cuando la luna llena empieza a encogerse y su lado derecho se carcome -como una cara que se acerca a la vejez mostrando primero las arrugas en una mejilla y perfilándose después- a esa hora de la noche, se apodera de mí una inquietud sombría y angustiosa...
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