Ya estoy de vuelta de
Londres, como os podréis imaginar. Ha sido un fin de semana corto pero agotador. Y eso que Nerea y yo pensábamos tomárnoslo con calma, no ver demasiadas cosas, dar largos paseos románticos... Pero no hay forma, en Londres siempre hay demasiadas cosas que ver y que hacer, y al final siempre se acaba hecho polvo.
Resumiendo para no aburrir: llegamos a Londres el viernes por la noche (yo, hacia las 9; Nerea, hacia las 11), cogimos un
autobús que nos llevó a
Victoria Station, y desde allí un taxi hasta el
hotel, que estaba en la zona de Kensington, o más bien, como nos enteramos más tarde, en
Notting Hill. El hotel no estaba mal, era un poco cutrillo, pero estaba limpio y bien situado, el desayuno no estaba mal y la gente era muy maja, así que por 60
pounds la noche, en Londres no se puede pedir más.
El sábado vimos el
British Museum, que yo lo recordaba más grande (además la exposición de los Soldados de Terracota estaba
sold out), y luego la
British Library, donde creíamos que podríamos ver el manuscrito del
Beowulf (y no), pero a cambio vimos un
First Folio de Shakespeare y un par de
Biblias de Gutenberg. Después de comer estupendamente en un italiano que se llamaba
Casa Mamma, cerca de
King's Cross (muy recomendable: nada caro, y la comida estaba increíblemente buena) nos bajamos hasta Covent Garden a descansar y tomar una coca-cola para bajar la comida.
Por la tarde, nos dedicamos a pasear por la zona de Westminster y Trafalgar Square, y a hacer algunas compras (más Nerea que yo, todo hay que decirlo). Y por la noche, después de cenar, nos juntamos con Marina y Dyved para tomar una cerveza cerca de
Leicester Square, en plena zona de teatros. Y de ahí al hotel, que ya estábamos cansados.
Y el domingo, después de desyunar tranquilamente y de aprovechar hasta el último minuto hasta el
check-out, nos fuimos andando hasta el
Portobello Market, que nos quedaba a diez minutos, y ahí estuvimos dando una vuelta y haciendo alguna compra más (en una tienda llamada
García & Sons, donde por fin pude comprar membrillo y pan rallado, que en Limerick no encuentro por ningún lado).
Y eso fue todo: después de comer en un
Kentucky Fried Chicken (que es otra de mis debilidades) cogimos otra vez el autobús a Stansted y de allí, con gran dolor de nuestros corazones (cada uno del suyo), cogimos aviones distintos que nos llevaron a Bilbao y a Limerick respectivamente.
Vamos, que para ser un fin de semana tranquilo, ha sido una paliza. Pero claro, ha merecido la pena. Habrá que repetir más adelante...
Nota: No puedo añadir ninguna foto del fin de semana, porque fue Nerea la que llevó la cámara, así que cuando ella me envíe alguna foto -debidamente seleccionada, claro- la colgaré para que nos veáis en la capital del Imperio.