Esta tarde los del cine-club de la universidad proyectaban
La vida de los otros, en alemán con subtítulos en inglés, y hemos ido varias personas del departamento. Yo ya la había visto, y me encanta, me parece un peliculón, con una creación de personajes y una trama trágica que ya la querrían en Hollywood. Pero a lo que voy es que, al salir, uno de los profesores ha dicho algo así como: "Me ha gustado, me ha parecido una gran película,
pero no refleja toda la realidad de la RDA". Y ese comentario me ha recordado a otro de un amigo en Bilbao, a quien no le gustó
The Queen porque habían elegido retratar un episodio históricamente secundario de su reinado -la muerte de Lady Di- en vez de otros más importantes, como la posguerra de la II Guerra Mundial, por ejemplo.
No digo que estas críticas no se puedan hacer, ni que no estén en su perfecto derecho a hacerlas, o a que no les gusten esas películas; pero en mi opinión esa es una forma errónea de juzgar una obra de arte -ya sea un libro, una película o una obra de teatro. Porque se están exigiendo a la obra de arte tres cosas que no tiene por qué ofrecer: exhaustividad, objetividad y fidelidad a los sucesos reales.
Una película, por ejemplo, no tiene ninguna obligación de ser exhaustiva. El guionista o director de
The Queen no quería contar el mandato de la reina Isabel II, sino que quería retratar al personaje, y para ello le pareció más apropiado el momento de la muerte de Lady Di que cualquier otro; y en
La vida de los otros no se intenta hacer un retrato exhaustivo de la Alemania del Este, sino plantear un caso extremo sobre la relación entre el poder y los individuos, entre el arte y el poder, entre los individuos dentro de un sistema autoritario, etc.
El tema de la objetividad es parecido: ¿debe una creación artística ser objetiva, es decir, neutral, sin tomar una postura ante la realidad que muestra? ¿Debe criticarse un libro por "tomar partido" o "no reflejar todos los puntos de vista" (cosa muy políticamente correcta)? Incluso en el caso de los documentales: ¿debería Michael Moore ser más neutral en sus películas? ¿Tenía Julio Médem la obligación de ser objetivo al filmar
La Pelota Vasca? En el caso de las obras de ficción, la pregunta es incluso absurda: ¿qué significa ser objetivo con respecto a un mundo inventado, que en todo caso no deja de ser un pedazo de mundo seleccionado y presentado por el autor? Dicho esto, cuando a un autor se le va la mano en el apartado de la parcialidad, lo que sales es una novela -o una película- maniquea, "de tesis", y eso ya es otra cosa.
Y eso nos lleva a la última cuestión: ¿tiene la obra de arte que ser fiel a la realidad? ¿Es permisible manipular la historia en una novela, por ejemplo, para defender una tesis? En todo esto hay una cosa que los críticos han llamado "pacto ficcional": cuando un lector entra en un cine, o cuando se abre un libro, debería tener asumido que lo que está viendo es algo distinto de la realidad, un mundo con sus propias reglas que no puede ser juzgado como la vida real.
Esto es evidente en los géneros más alejados de la verosimilitud -nadie en su sano juicio lee
Drácula pensando que es un relato histórico-, pero es precisamente en los géneros más borrosos, en la novela histórica, la autoficción o la "narrativa de no ficción" al estilo de
A sangre fría, donde más conviene recordar que una novela no es una narración histórica; que el yo narrador nunca es el autor; que el mundo de ficción siempre es un mundo distinto al real, aunque se parezca tanto al real que incluso utilice nombres de personas y lugares reales. Mientras dura la proyección de la película, o la lectura del libro, se debe "suspender el juicio" y sumergirse en el mundo de ficción (por ejemplo, no juzgamos moralmente a Hamlet, sino que
empatizamos con él); cuando termina, en cambio, deberíamos ser capaces de discernir la diferencia -más o menos cercana- entre lo que acaba de ver o leer, y la vida real o la historia.
Ante estas tres cuestiones, mi postura es algo cínica, y tiene que ver conque me atrae mucho el arte como juego: las piruetas de Oscar Wilde, las "bromas" de Kafka o de Borges, el propio
Quijote. En definitiva, creo que ninguna obra de arte tiene la
obligación de ser ninguna de esas tres cosas: ni exhaustiva, ni objetiva, ni fiel a la realidad. Lo que no quiere decir que no
pueda ser (o intentar ser) esas tres cosas, ni que las obras que lo son, o que más se acercan a serlo, no puedan ser admirables. Y lo contrario.
He dicho. Más o menos. Y creo que estoy de acuerdo en casi todo.