Resulta curioso ver cómo los aeropuertos cada vez son más hostiles con el viajero, que al fin y al cabo es el cliente. A las molestias de siempre (colas interminables, esperas, retrasos, maletas perdidas, cacheos, registros, identificaciones...) las autoridades van añadiendo nuevas y divertidas maneras de hacernos sentir incómodos.
Hoy me ha tocado experimentar varias, como tener que quitarme las playeras para que las pasasen por una máquina de rayos X, esperar a que frotasen mi portátil con una esponjilla para ver si había rastros de explosivos, o la que más me ha gustado, la "1 bag rule", que viene a unirse a la "100 cl. rule" (la de los líquidos y la bolsita de plástico). Lo de que sólo se podía llevar una bolsa de mano en el avión se decía desde hacía tiempo, pero se aplicaba con manga ancha. Anchísima. Pero ahora, parece, se aplica estrictamente, al menos en los aeropuertos ingleses. Sin excepciones: un bolso de señora es una bolsa; una bolsa de plástico con recuerdos es una bolsa; el maletín del portátil es una bolsa.
Cuando le he explicado mi situación (que quería subir la mochila y el portátil al avión) a una simpática señorita, me ha ofrecido esta solución imaginativa:
-Lo que puedes hacer es sacar el portátil, doblar el maletín y meterlo en tu mochila. El portátil no cuenta como bolsa.
Mi mochila iba tan llena que parecía que se le iban a estallar las cremalleras, y el maletín tampoco iba precisamente vacío.
-Es que en la mochila no me cabe.
-Bueno, no hace falta que quepa realmente. Sólo es para pasar el control. En cuanto lo pases, puedes sacarlo otra vez y volver a meter el portátil.
La chica era realmente amable, no tenía la culpa de lo absurdo de la situación.
-Ya sabes, normas inglesas -me ha dicho, como disculpándose. No tenía acento inglés.
El caso es que como resultado de esta norma, la gente que la desconoce -que es mucha- se encuentra con que tiene que ponerse allí mismo, de rodillas delante de todo el mundo, a meter un bolso dentro de otro (como
matrioskas), o sus compras en una mochila abarrotada -si caben-, o bien resignarse a facturar alguno de los bultos, lo que supone tener que volver a hacer cola, otra más. Y los guardias -o al menos alguno de ellos- pasándoselo bien y haciéndose los graciosos.
Yo he optado por una solución menos imaginativa que la de la chica, he metido las cosas importantes en el maletín del portátil y he facturado la mochila, lo que supone pagar un bulto extra (10 libras).
Por lo menos esta historia tiene un
happy ending: tanto las maletas como yo hemos aterrizado en Limerick felizmente, y ya estoy en el
Kilmurry Lodge Hotel, donde voy a dormir esta noche, y donde estoy escribiendo esto.